De poder a poder

9 mayo, 2017 • Pluma invitada

No cabe duda de que todas las modalidades de caza, bien practicadas y con conocimientos, proporcionan emociones distintas y únicas. Como cada maestrillo tiene su librillo, hablarles de las mejores formas o aconsejar desde fuera no tiene sentido. Vengo a hablarles de sueños, imaginaciones utópicas con sensaciones reales. El rececho.

Perderte. El escenario no es lo que atañe, cualquiera que sea se convertirá en tu mundo. La ausencia de la percepción de la belleza la suple el sentimiento de perfección del lugar. Cada paso te adentra más en él. Dejas caminar tu mente, liberándose de las cargas de la rutina. Mirar. Los ojos se clavan en aquellos arroyos que el inverno paralizó y la primavera avivó, en esas flores que reciben al sol coloreando al campo. Allí es donde la vida del tiempo se termina. Se acaba por la ausencia de las preocupaciones, se acaba porque somos libres. Tú y el campo, el campo y tú. Dejas de sentirte persona; ahora el alma pertenece a la tierra, siendo una. Entonces, tu rececho ha comenzado, coronando la cima de la tranquilidad.

Buscar. Casi siendo aire rebuscas en cada recoveco de la sierra esperando encontrar las pistas. Tu “rival” siempre te tendrá en jaque, en un tablero que reinas y, de paso en paso, te come las casillas. Emocionado, sonríes viendo cómo de nuevo vuelves al punto de partida, pero con algo nuevo aprendido. Cada día tras él te fortalece, te emociona y te aúna por la admiración que le tienes. Encuentras todo tipo de animales pero quieres el que buscas. Chocarás con paredes de realidad y respirarás bocanadas de sentimiento agridulce. Lucharán por gobernar la mente la esperanza y el abandono, pero en cada amanecer el primero se decantará. Días duros de mucho caminar, de avanzar sin tener percepción de ello, de reflexión al meterte cada noche en la cama. La sensación de que ese día es tu día cargará tus pilas y, como motor de vida, confiarás en ti y estarás dispuesto a todo. El buscar se basa en leer. El campo se encuentra salpicado de pistas que, sin mojar, inundan tu conocimiento.

Encontrar. Por fin lo intuyes. Esa silueta que tantas veces soñaste. Entonces no pesan los kilómetros, entonces el sofoco de las cuestas desaparece. Es entonces cuando desboca el corazón, convirtiéndose la sístole en diástole. Acercarte. Cosido al suelo lo abrazas en cada movimiento; ni quebrar las hojas que el otoño mató te permites. Aire. Decisivo en cada instante. Capaz de derrumbarte cuando revoca, capaz cerrar tus ojos por no querer ver la realidad, inspirando. Lo sientes tuyo ya. De soñar, a verlo. Los cien metros que te separan no son suficientes para que lo sientas al alcance de tu mano. Si pudieses, en ese momento lo acariciarías. Tu sentimiento de cazador te llama y culminas el lance que llevas esperando tantos días.

Satisfacción y pena. Acabó tu sueño y la vida del reloj se reanuda en el regreso. El fantasma marchitado de la rutina se vuelve a avivar. Sigues soñando con nuevos momentos, con nuevas piezas que serán, a deshoras, dueñas del pensar; con revivir el torrente de sentimientos y emociones que te arroyó. En boca probarás un poco de ti, de algo que hiciste tuyo, algo que se llevó un poco de ti. Será entonces una pieza más de la coraza que todo cazador tiene. Lo que algo se lleva algo deja y nosotros estamos hechos de los momentos que nos regalaron esas piezas.

Suena raro escuchar las emociones de un cazador sin serlo. ¿Cómo puede querer arrebatar algo suyo? No es que seamos hipócritas en nuestro hacer; nosotros somos capaces de enamorarnos de nuestras piezas, de que nos dé pena abatirlas. Nuestra alma de cazador se basa en los lances, que mucho más que un disparo se convierten en el ensimismamiento por la naturaleza, por salir sin arma y maravillarte con ver una gabata brincando, con sentir que somos libres por quedar las horas en las nubes. Somos seres contradictorios, que nos pueden entender al ver nuestros quehaceres por el monte, seres soñadores pero que, por bandera, llevan el mimo a la natura.

Ignacio Candela


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