De gallináceas en Jaén

31 marzo, 2011 • Miscelánea

El domingo pasado con la mentalidad un poco dañada por las perdices de bote, amaneció el día casi antes de anochecer, tras armar el coche con los bártulos pertinentes, mi buen amigo y mejor podenquero José, y yo, pusimos rumbo hacía tierras jienenses. De noche y sin divisar nada más que reflectantes y líneas, el camino se hizo pesado,  aún con conversación amena y constante.

Dejándonos llevar por el vaivén de los cazadores y siendo primerizos en esta modalidad, José y yo nos colocamos en el puesto que nos tocó. Las rotaciones se harían cada dos puestos, en sentido de las agujas del reloj.

Comenzamos la mañana sobrios, tranquilos, templando el disparo… Quizá por eso el porcentaje de acierto fue alto y algunos tiros fueron de libro. En un chasquido y exaltados por la emoción se pasaron las tres primeras posturas, tras cargar fuerzas con un refrigerio y desempolvar las cachorronas de José, la mañana cambió de aires. Fue entonces, cuando la mañana pasó de ser buena, a excelente. Los tiros efectivos se culminaban con la gran faena de las perras, que a fe de ocultar su corta edad, cobraban como perros veteranos.

Tras terminar la tirada, nos dieron permiso para dar una mano a las perdices. Con un bonito terreno forrado de un espeso monte bajo, las perrillas hicieron las delicias de los cuatro cazadores que decidimos dar la mano. Al final, un día de aprendizaje tanto humano como canino. Un día de los que no se olvidan. Un día de caza, a fin de cuentas, acompañado por un ambiente ejemplar.

Una vez en la junta, llenamos el depósito con una buena comilona echa a la brasa, y tras despedirnos y agradecer el día cosechado, iniciamos la acción de regresar con el regusto de saborear la consagración de unas perras.

 


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