Berrea de 2012: Montes de Arriero, barranco del Agua.
Artículo cortesía de Borja Ara Solana.
Ese verano, al igual que otros tantos anteriores, habíamos adquirido un precinto de venado selectivo en la subasta de La Torre. Y por fin había llegado el día en el que nos tocaba cazarlo. Eran las siete de la mañana y estaba amaneciendo mientras esperábamos, mi suegro y yo, al guarda que nos guiaría por los Montes de Arriero.
No tardó mucho en llegar; Serguei, un guarda simpático, agradable y de mejor oficio. Pronto nos hizo la composición del lugar, no había llovido y casi no había berrea en toda la reserva, tan solo algún venado en el barranco del Agua, por suerte este barranco entraba en nuestra área designada para cazar.
Así que, ya entre dos luces arrancamos el coche y comenzamos la subida por los Montes de Arriero camino de aquel barranco. Se hizo la luz mientras hacíamos alguna parada que otra en curvas de gran visibilidad, para confirmar que no había berrea y lo que era peor, no se veía una sola res.
No tardamos en llegar al punto en el que Serguei tenía en mente dejar el coche. Era el pecho anterior al barranco del Agua. Cogimos los bártulos y comenzamos el ascenso, poco antes de trasponer ya se oía algún venado berrear o bramar, como dicen por allí.
Traspusimos a aquel inmenso y precioso barranco carente de caminos para coches, en su mayoría poblado por tojos, claros con hierba y apretones de robles entremezclados con acebos. En aquel mismo collado en el que nos encontrábamos, había acompañado a mi suegro a matar un bonito venado hacía dos años.
Serguei se encontraba algo contrariado, aseguraba que la tarde anterior había una fuerte berrea en aquel barranco. Aunque no se había asomado para no molestar a la caza.
No tardamos en descubrir que había al menos tres venados en aquel barranco. Uno que berreaba en nuestra misma cuerda, por encima de nosotros hacia la naciente, un segundo venado que berreaba en un apretón de robles en el pecho de enfrente y un tercero de doce puntas, joven y bonito que huía de dicho apretón de robles, huyó hasta perderse barranco abajo.
El venado del apretón de robles berreaba barranco arriba y barranco abajo y ayudado por el aire, fuerte, racheado y algo cambiante hacía parecer que se trataba de dos venados diferentes.
Vista la huida del venado de doce puntas, teníamos claro que entraríamos al venado del apretón de robles, por lo menos merecería la pena juzgarlo de cerca. Al que estaba por encima de nosotros ya no se le oía hacia tiempo, quizás el aire cambiante nos había delatado y había traspuesto al barranco en el que habíamos dejado el coche.
Sin embargo, al rebajarnos para cruzar al pecho de enfrente y encarar el robledal, espantamos al venado que pudiera haber estado berreando por encima de nosotros. Era un venado de diez puntas y muy joven que estaba con dos ciervas y una gabata.
Salieron corriendo barranco abajo. Sin mayor alboroto por parte de las ciervas. Quizás tuvimos suerte en que se fueran sin más. Si bien, en una ocasión también en berrea en Asturias, una cierva que delataba mi presencia sin emprender la huida, atrajo a un venado precioso.
Seguimos bajando por el pecho en el que nos encontrábamos, entre tojos que en ocasiones nos superaban en altura y que pinchan como las aulagas de más al Sur, que brotan por esas zonas consecuencia de las quemas e incendios. Al llegar al reguero, lo cruzamos y nos metimos en el robledal de abajo a arriba, con el aire picando de la cuerda que encarábamos.
Yo pensaba que espantaríamos al venado, adentrarse tres personas en un robledal, con la hoja seca en el suelo no me parecía la mejor de las ideas. Hace mucho tiempo que no llueve por ahí, de hecho este verano ha sido de los más secos que se recuerdan.
Si bien, está claro que el fuerte aire nos ayudó, pues hacía mucho ruido en las copas y probablemente camufló nuestro ascenso. En el suelo y fruto del aire se veían algunas bellotillas pequeñas y muy verdes, seguro que amargas. Además de numerosos brotes de acebo que trataban de hacerse paso entre las hojas caídas, los helechos, los viejos robles y sus congéneres ya adultos.
Seguimos el ascenso dejando algo a nuestra izquierda la zona por la que le habíamos oído berrear. No tardamos en asomar a la mesa en la que según Serguei, había estado berreando el venado, ya no estaba. Si bien había una cama, seguro que había estado allí echado. Mientras subíamos, incluso hubo un momento en el que percibí ese fuerte olor que desprenden en el celo.
Estuvimos un rato pensando que hacer, ya que durante nuestro ascenso no le oímos una sola vez y ya llevaba más tiempo del que queríamos callado, y con él ya todo el barranco quedaba en silencio. Silencio tan solo roto por los cencerros de las tudancas que pacían en los claros por encima del robledal. Concluí precipitadamente que habríamos espantado al venado, ya que pensaba que habíamos hecho mucho ruido durante el ascenso.
Sin embargo, pronto vi que me había equivocado, en otro rellano que había justo por debajo, apareció un gran venado. Venía de la naciente hacia el hondo (de derecha a izquierda según mirábamos hacia abajo). Venía con el cuello en línea recta con el espinazo, dibujando una paralela con el suelo, con la lengua por fuera y los vacíos marcados. Ya se dejaba entre ver el final del costillar. Está claro que ya había repartido lo suyo, a unos y a otras.
Le metí en la cruz y le seguí en su deambular, esperando instrucciones del guarda. Estaba claro que era un gran trofeo y tenía que mirarlo bien. No estaría a más de cuarenta metros.
En primera instancia susurró:
– Tiene una gran palma, no tires.
Me desanimé algo, pero no me desencaré, siempre da gusto tener un venado así en la cruz. Miré a Serguei por el rabillo de mi ojo izquierdo, estaba con sus prismáticos analizando con premura pero con detalle el venado. Pronto terminó su concienzudo análisis y le oí:
– Le faltan las contras y es viejo. Tíralo.
Gracias suegro por haberme enseñado la caza en los Montes de Arriero y por ser tan excelente compañero.
Un abrazo