Así fue mi inicio en las esperas y mi primer jabalí
«En el pueblo éramos tratados como bichos extraños a los cuales les gustaba salir por la noche a cazar. «Con lo bien que se caza de día… por la noche no se ve», nos decían»
«Decidí apostar fuerte por hacerme un buen esperista, puse todo mi empeño y mi vida, a partir de aquel momento, giró en torno a las esperas y los jabalíes»
Sergio García| Mi primer jabalí, pero ojo que no estoy hablado de mi primera espera… antes de poder hacerme con mi primer animal fueron muchas las noches que pasé tras ellos.
Nos remontamos a los años 90, cuando yo estrenaba muchos menos años de los que tengo ahora y de los que me gustaría volver a tener otra vez.
Por mi zona, en esos años cazar un jabalí era harto complicado y solamente unos pocos (muy pocos) locos enfermizos salíamos por la noche en busca ‘del de la vista baja’. En el pueblo éramos tratados como «bichos extraños a los cuales les gustaba salir por la noche a cazar… con lo bien que se caza de día… por la noche no se ve» nos decían… ¡qué tiempos!.
Como he comentado con anterioridad la población de jabalíes de la zona era escasa, muy escasa. Tan escasa que para poder hacerse con uno de ellos necesitabas paciencia, conocimiento y suerte, sobre todo mucha suerte.
En años anteriores había realizado multitud de esperas, casi en exceso. Siempre buscando querencias, aguaderos, zonas de comida natural… pero con la bajísima población de jabalíes, mi inexperiencia y otros factores como no tener la implicación de ningún compañero había llevado al traste todas y cada una de las noches. Además, recuerdo perfectamente que en casi ninguna de ellas llegué a oír a nuestros peludos amigos. Era desesperante, pero mi afición crecía y crecía… yo tenía que hacerme con un animal de estos. Con ese fantasma del cual veo huellas y rastros pero que no soy capaz de ver por ningún lado. Esta droga de las esperas ya había creado adicción en mí y nunca más me abandonaría.
Así que decidí apostar fuerte por hacerme un buen esperista, puse todo mi empeño y mi vida, a partir de aquel momento, giró en torno a las esperas y los jabalíes.
Un inseparable compañero de fatigas
Tuve la suerte de conocer y aventurarme en las profundidades de los aguardos con un grandísimo compañero. Igual de lunático que yo, casi de mi misma edad y que a la postre se convertiría en mi hermano cinegético. Juntos comenzamos una nueva etapa, nuestro verdadero aprendizaje. Nos empapamos de literatura, de vivencias de algunos viejos cazadores de jabalíes a la espera y sobre todo de monte y muchos, muchos buenos ratos elucubrando como nos podríamos hacer con estos seres tan esquivos.
Decidimos, por tanto, después de conversar hasta el infinito y más allá, que la mejor manera de poder hacernos con ellos era realizar comederos artificiales, proveerles de comida y aquerenciarlos en alguna zona ya de por sí adecuada para el jabalí.
En las tertulias y también por la espalda (por qué no decirlo) las risas de otros cazadores, entrados ya en años, eran atronadoras… “Los locos que salen por la noche ahora los echan de comer… ponerles bebida también. Dejarles algún billete para que se tomen lo que quieran. Les va a salir colesterol a los bichos”. ¡Bueno, qué locura! Éramos pioneros en la zona y eso conllevaba reacciones inesperadas. Nunca es fácil comenzar en algo y menos si aquello en lo que te aventuras es también desconocido para los que te rodean.
El camino a la noche deseada
Ya dispuestos a “emprenderla”, aprovechamos un puesto de mi compañero. Un gran puesto, precioso para realizar el cebadero, incluso con su baña de aceite (madre de Dios si fuera hoy la que nos podría haber caído) y otras naturales de agua un poquito más retiradas.
Cebábamos todas las semanas (cuando y con lo que podíamos) y los animales entraban bien para la población que existía por entonces. Pero realizábamos la espera y no aparecía nada. Alternábamos las esperas en cebadero con esperas en puestos naturales, siembras cinegéticas, pasos… pero se nos hacía muy cuesta arriba poder echarnos a la cara alguna pieza. ¡Que duros estaban! y que inexpertos éramos.
Por aquel entonces, empezamos a cazar con las escopetas del 12, las que utilizábamos en la menor. Yo siempre con una bala como primer tiro y el resto posta… por si salía corriendo después del primer tiro tener más opciones con los siguientes disparos y con una Maglite de 4 pilas gordas atada con cinta aislante e incluso pintando la parte de arriba de la solista con tiza para poder apuntar mejor o poniendo una V de papel en el punto de mira para enmarcar al jabalí. ¡Qué tiempos, qué añoranzas! Cómo han cambiado las cosas. Claro, nuestro radio de disparo era muy limitado por el arma, pero sobre todo por la iluminación. Así que tener un jabalí suficientemente cerca, hablamos de unos 10 metros, en aquellos momentos y con nuestra experiencia era muy difícil.
Pasaban las noches… alternábamos cebadero con puesto natural, repetíamos cebadero, repetíamos puesto natural, así un día tras otro y no había manera. El de la vista baja era más listo que nosotros y aunque ímpetu nos sobraba nos faltaban jabalíes y la pericia del aguardista.
Llevábamos 23 noches seguidas en danza continua con ellos y el fantasma no aparecía por ningún lado… por ninguno. Lo intuíamos, pero nunca nos daban la cara… el cansancio era ya abrumador, cada noche a esperar y cada mañana y cada tarde a trabajar (además yo estudiaba también por aquel entonces). Éramos jóvenes, pero no inmunes al cansancio…
Así que la noche 24 decidimos hacer algo diferente. Esperaríamos en el puesto del cebadero, pero no en la comida (demasiadas veces nos habían burlado ya) si no en una baña natural a unos 150 metros del mismo y que está completamente enmontada y cerrada (nunca, hoy en día, lo haría ya que estaría seguro del fracaso).
La hora de la verdad
Salió un día perfecto para el agua, era julio y teníamos un poniente absolutamente increíble que hacía que la temperatura fuera sofocante en extremo.
Así que más pronto que tarde pese a las noches y noches que llevábamos a las espaldas, ya estábamos recorriendo el kilómetro y pico (largo) que teníamos desde donde dejábamos el coche (no teníamos todoterreno) hasta el puesto. Ese “paseíllo” lo hicimos dos veces, la primera cargados con garrafas de agua para alimentar la ya casi extinta baña y la segunda con todos los achiperres para la espera.
¡Llegamos a punto de desfallecer con ese tremendo calor y los dos viajecitos!
La ventaja, teníamos muy clara la dirección del aire: Poniente puro y no iba a cambiar. Así que nos dispusimos como pudimos apoyando la espalda en un pino y de asiento una gratificante piedra para cada uno (hoy en día creo que no hubiera aguantado). Esas piedras que a la hora de estar sentado crees que vas a morir y a las dos horas te arrepientes de no haber muerto para acabar con ese tremendo sufrimiento. Y comenzamos la espera.
La tarde caía, nos deleitábamos con los sonidos de los palomos al entrar a dormir al pinar donde estábamos, los mirlos comenzaban con su concierto de cada noche e incluso algún chotacabras paseaba por estos lares. El monte poco a poco iba durmiendo
Cuando ya los animales diurnos habían buscado su rincón y dejado sus cantos, nosotros comenzábamos a estar cada vez más nerviosos. Se acercaba la hora. La baña estaba muy tomada. El animal no era grande, rondaría los 60 kilos, pero teníamos una buena oportunidad después de todas las vigilias anteriores.
No distábamos más de 8 metros del agua y estábamos rodeados de monte y pinos por todos los lados. Era una locura estar esperando ahí (pienso ahora). ¡Bendita locura!
Sobre las 22.30 de la noche un sonido casi inexistente nos pone en alerta. Era la pisada de un animal sobre la pinocha reseca por el asfixiante verano. Estaría a unos 40 metros enfrente de nosotros y ladeado hacia la izquierda, hacia el lado de mi compañero. Poco a poco, con sonidos casi imperceptibles debido a lo mullido del terreno y al aire reinante se acercaba, cada vez un poquito más pero muy poco a poco. Comienza a llegar a nuestra altura, pero en vez de entrar a la baña continúa por nuestra izquierda. ¡Madre de dios nos va a rodear por detrás!!! Mi corazón ya no era mío… lo tenía la diosa Diana atrapado entre sus manos. Seguía el montaraz con su paso tranquilo y sosegado dándonos la vuelta, ya estaba casi en nuestra espalda, lo tenía a poco más de 2 metros… ¡creo que fallecí durante algunos segundos! ¡nos va a sacar! Pero no… siguió con su vuelta a poco más de esos dos metros cogiendo una trocha que ahora discurría ya por nuestra derecha, subió unos metros y avanzó pausadamente.
Llegó a la altura de la baña y se quedó parado encima de ella, tapado completamente por una enorme carrasca. Los segundos parecían horas y mi pierna un auténtico martillo neumático… no había manera de controlar los nervios. Pasaron varios minutos y el animal permanecía inmóvil, como siempre (lo sabéis), de vez en cuando oíamos su respiración, lo que no entiendo es como no oía la nuestra… o por lo menos la mía.
Por fin, se decidió a dar los 3 pasos necesarios para bajar a por la apreciada arcilla. Pisó el agua y antes de que pudiera siquiera pestañear ya estaban dos linternas alumbrando al animal. Vaciamos las escopetas… seguíamos oyéndolo (patalear por supuesto, ahora en frío lo sabemos) pero nuestro nerviosismo y la poca experiencia hizo que vaciásemos el cargador cuando los dos primeros disparos hubiesen dado por terminado el lance.
La gloria ¡por fin!
Cuando todo terminó… yo casi no me mantenía de pie, mi compañero tampoco. Para mí fue y hasta hoy ha sido la experiencia cinegética más increíble que he vivido y no creo que vuelva nunca a repetirse.
Nos acercamos al animal y encontramos un macho de algo menos de 60 kilos que nos supo a gloria bendita. Abrazos, saltos, gritos y casi lloros retumbaron en la noche, aquella gran noche, ¡mi noche!
Desde ese día y hasta hoy, esa droga sigue corriendo por mi cuerpo y creo que si no me obligan a dejarlo seguiré haciéndolo hasta el fin de mis días.
Los que comenzaron riéndose de esos dos jovenzuelos y locos nocturnos, después de varias décadas y muchos, pero muchos jabalíes, nos piden consejo día tras día, nos muestran el mayor de los respetos e incluso les generamos alguna envidia (por qué no decirlo).
Aquellos chavales, a día de hoy ya somos esperistas que era nuestro gran sueño, lo hemos cumplido y nos sentimos orgullosos, pero todos los días aprendemos algo nuevo de nuestros queridos jabalíes y eso, eso amigos, nunca va a cambiar.
Aquí el podcast de este relato
Sergio García
Diario de un Esperista