Arte en las manos
Era cazador, y […] descubrió este mundo de la naturalización de animales. Y pensareis: cómo una persona, en aquella época, donde los recursos de una familia humilde eran escasos y los conocimientos solo estaban al alcance de unos pocos y no había tanta información como la tenemos ahora, pudo interesarse por este mundo.
Seguramente existan muchas personas mejor que yo para escribir estas palabras sobre este gran arte; y con mejores, me refiero a aquellos que lo practican con sus manos, los que trabajan diariamente en ello, para los que los festivos, fines de semana y un horario estipulado no existe.
Y no, no hablo del toreo, que por supuesto es un gran arte. Hablo de la taxidermia, ese ARTE con mayúsculas que para tantos es desconocido y, sin embargo, para otros pocos como yo ha sido una parte principal en su vida y en su manera de entender la naturaleza y la caza.
Como ya he comentado alguna vez, soy hija y nieta de cazadores de ahí mi gran amor por la cinegética, pero también soy hija de taxidermista, lo que me ha llevado durante toda la vida a conocer la mayor parte de las especies del mundo de las manos de mi padre.
Recuerdo con gran admiración y cariño que los domingos y lunes, en mi casa, en pleno otoño, ya comenzaban a ser un ir y venir de gente. Los florecientes y fructíferos días de caza de hace 15 años nos aportaban bonitos animales, que muchos cazadores querían conservar y así rememorar y homenajear a dicho animal eternamente.
Porque, aunque muchos haters de la cinegética piensen lo contrario, la taxidermia devuelve a la vida eterna a ese animal, homenajeando así su lucha dentro de la vida.
Mi padre, uno de los hombres más importantes de mi vida, un incansable luchador y soñador, ha alcanzando sus sueños, o parte de ellos, siempre con esfuerzo y dedicación, sencillamente con la pasión que lo caracteriza. Y es que no cabe duda que para mí es mi gran maestro, y ese amor incancasable que pone en todo lo que hace me enganchó desde la primera vez que recuerdo verlo disecar. Tengo muchos recuerdos en ese pequeñísimo taller improvisado, en la cochera (garaje en riojano) de mi abuela.
Comenzó con tan solo 12 o 13 años mi abuelo, su padre. Era cazador, y junto a él y un amigo, descubrió este mundo de la naturalización de animales. Y pensareis: cómo una persona, en aquella época, donde los recursos de una familia humilde eran escasos y los conocimientos solo estaban al alcance de unos pocos y no había tanta información como la tenemos ahora, pudo interesarse por este mundo.
Pues bueno, si le preguntas, no sabe muy bien cómo responder por qué ese mundo le enganchó tanto como para seguir con ello toda su vida y casi dedicarse de manera profesional a la taxidermia. Lo que sí tiene claro es que, para él, no es un trabajo, es su hobby, su manera de desconectar del mundo, de relajarse, de encontrarse consigo mismo y esa, sin duda, es la verdadera esencia de las cosas. Porque, ya saliéndonos del contexto cinegético en su amplio sentido, en el que también incluiríamos la taxidermia, todo lo que se hace en esta vida, si se hace desde la pasión y el amor, no significa trabajo, significa paz.
Como algunas personas influyentes en el mundo de la caza han dado a conocer en los últimos tiempos en las redes sociales, la formación en taxidermia era autodidacta, cada uno investigaba, hacía y deshacía una y otra vez, hasta que daba con la mejor manera de realizar el proceso completo. Y por supuesto, mi padre, mi taxidermista por excelencia, también ha sido en todo un autodidacta. Comenzó solo, con las torcaces que mi abuelo traía a casa, hasta que al final consiguió disecar su primera cabeza de jabalí. Por supuesto, nada tiene que ver con las que actualmente realiza, aunque siempre ha sido un perfeccionista. La manera de hacerlas era muy diferente, pues se usaba todo aquello que pasaba por sus manos… Los cuerpos se rellenaban de escayola, lo que los hacía muy pesados, y dar su expresión concreta a cada animal era también algo muy complicado. Los ojos y la boca eran difíciles y caros de conseguir.
Un día, con tan solo 15 años, descubrió un anuncio en un periódico en el que ofertaban clases por correspondencia para aprender poco a poco el arte de la taxidermia. Se trataba del Instituto Jungla de Madrid, y sin dudarlo un segundo, se apuntó a ello, recibiendo periódicamente los pequeños cuadernos, en blanco y negro, con dibujos de cómo se realizaba el proceso desde el inicio hasta el final. Poniendo dedicación y con mucha paciencia consiguió forjar lo que ahora es: un gran taxidermista.
Aunque ya prácticamente esta retirado de la actividad a nivel profesional, lleva ese arte por montera intentando inculcarlo a quien quiera aprenderlo, para que algo tan bonito e importante como la inmortalización de nuestras más preciadas especies nunca se pierda.
Cuando la pasión se lleva a cabo, nada tiene límites. Y si no, que se lo pregunten a todos aquellos que se dedican a este antiguo oficio.
Bea Alcoya