De cuando la duquesa de Alba cazaba osos en Asturias
Una década de «charlas con los paisanos de la zona» que han quedado plasmadas en Viviendo con osos, un libro o cuaderno de campo de las conversaciones con vecinos de 38 concejos oseros.
Recuerdo haber visto de cerca a la mismísima duquesa de Alba, que vino a cazar al valle. Contrató a un buen grupo de batidores para levantar al oso, caballerías y varios carros para llevar a todo el séquito que llevaba entre sirvientes y guardería. Eso en aquella época solo lo podía hacer la gente de dinero. Recuerdo que todos los vecinos querían participar en la cacería, porque la duquesa tenía fama de pagar muy bien». Quien así hablaba era Víctor Jerónimo Lana Brañas, vecino de Somiedo recientemente fallecido, con noventa bien cumplidos. Y su interlocutor, el naturalista, divulgador y fotógrafo madrileño Ezequiel Martínez, que un día de 2007 visitó las tierras somedanas y se quedó prendido de sus paisajes y sus gentes. Tanto, que, grabadora en mano y paciencia larga, volvió a pasar temporadas durante diez años. Una década de «charlas con los paisanos de la zona» que han quedado plasmadas en ‘Viviendo con osos’, un libro o cuaderno de campo -como él prefiere llamarlo- en el que narra los relatos que le contaron a lo largo de trescientas entrevistas los vecinos de 38 pueblos del concejo con el oso como hilo conductor. Porque en Somiedo -explica- «pocos son los que no han tenido alguna experiencia con este animal emblemático y que siempre ha estado rodeado de mucho mito».
Presentado en la Feria MADbird y editado por La Trébere, en sus páginas aparecen las voces de somedanos como Víctor o Agustín, Josefa y Lolo, Pepe y Herminia, protagonistas de cien testimonios como el de Jerónimo, en los que se desgrana la memoria de «los años del hambre, tiempos muy duros» en los que «matar a un oso ayudaba a muchas familias a comer». Peor también recuerdos de cuando mandamases y aristócratas se solazaban abatiendo al animal totémico. «Franco participó en varias cacerías. En del pueblo le organizaban la batida y le acompañaban. Siempre era gente de confianza. A los demás vecinos no les dejaban ver nada».
No pocos de ellos mismos se encontraron cara a cara con el oso desde bien pequeños. Algunos, a menos de cinco metros. «Y ninguno les atacó. Les rugían, hacían amagos, se ponían de pie, pero nada. Huelen el miedo de la gente». Anécdotas acompañadas por fotos tomadas por él mismo, otras históricas conservadas en el Museo del Pueblo de Asturias e ilustraciones de dibujantes de fauna como Josechu Lalanda o Manuel Sosa que le sirvieron para amar al oso, «del que dicen que se abraza a los árboles para morir», y «una forma de vida en armonía con la naturaleza que se extingue».
Porque, ahora que el furtivismo ha quedado atrás, otro somedano que aparece entre las páginas del libro, Alfonso Hartasánchez, alerta de que los principales peligros que acechan al plantígrado son otros: «Senderistas que intentan cruzar por zonas más salvajes como reto personal, deportistas que corren por el monte buscando zonas escarpadas y de aventura u otros que se inventan sus propias rutas que cuelgan en las redes sociales con todo detalle e imágenes, para que otros vengan». Es la maldición del ‘like’ y el ‘selfi’, a la que se suman «la instalación de cámaras de fototrampeo y el uso de drones».
Informa A. Villacorta para elcomercio.es