El lince desde la conservación privada

10 septiembre, 2018 • Miscelánea

La especie es un activo en la gestión natural privada y demuestra una con­tinua regulación sobre otros predado­res, en favor de toda la fauna cinegé­tica menor. La imparable corriente de turismo de naturaleza busca afanosamente a la especie, pues aporta un valor estético y un testimonio vivo de calidad ambiental. Se convierte en envidiable desde el siglo XVI, cuando el rey Felipe II, en sus cartas a la duquesa de Aosta, lamentaba la escasez y nula presencia del «gato cerval» en sus montes de El Pardo.

Nuestra pequeña gran fiera ibérica es un referente faunístico mundial, como el águila imperial o el toro de lidia, insignias únicas de España.­ La situación de esta maravillosa especie, con elasticidad para volar ocho o diez metros, trepar hasta los árboles más altos, vadear pantanos y ríos o cruzar vías de AVE y autovías, surge como desesperada a fines del si­glo pasado, mereciendo una financia­ción de la UE (Life) con un pre­supuesto de 70 millones de euros, en colaboración con las administraciones medioambientales de España an­tes de su desaparición definitiva, que hubiera sido la primera de un felino conocida desde la edad de los glaciares.

Resultado en 15 años: pasar de «pe­ligro critico de desaparición» a «especie en peligro». Los medios pro­puestos han funcionado porque la propiedad privada del 90 por ciento de los territorios del lince que queda­ban en 2002 decidió colaborar con el llamamiento del CSIC. asistiendo a una reunión celebrada en la Estación Biológica de Doñana. A ella acudimos unos treinta propietarios. que alumbramos el Club de Amigos del Águi­la Imperial, más tarde Fundación, con incorporación nominal del lince ibérico, verdadero protagonista de  los fondos Life citados. Mi elección para presidir la tarea fue orgullosamente aceptada e ilusiona­damente llevada a cabo con todo mi esfuerzo.

La mano tendida de las administraciones facilitó el proceso y materializó firmas de convenios de colaboración que nos hacían beneficiarios secundarios del Life y, en consecuencia, de toda una extensa y beneficiosa cadena de mejoras de hábitat plasmada básicamente en desbroces, abonados y alumbramientos de necesarias aguas no contaminadas, conocido gran problema de las tradicionales charcas en el campo.

Fueron medidas beneficiosas la gestión privada y fundamentales para estas especies amenazadas y el resto de la fauna que puebla nuestros montes. Se trata de un testimonio vivo, como recomendaba la concesión Life en su exposición de motivos, de un éxito o fracaso colgado de la gestión positiva de los terrenos privados en prístino estado, como describió el periodista Richard Grant en un magnífico artículo en el semanal de The Telegraph, tras una visita girada por las riberas del Jándula en agosto de 2007 en la que actué de guía y de la que salió encantado.

Al tiempo se ponen en marcha, con éxito, los centros de cría en cauthidad por parte del Ministerio y las comunidades  en Doñana, de El Acebuche (2003), Zoo Botánico de Jerez (2005), La Olivilla en Santa Elena (2007), Sil­ves en Portugal (2009) y Granadilla en Cáceres, todos ellos dentro del Conve­nio lberlince.

Sueltas del orden de 50.000 cone­jos en estos 15 años cierran un proce­so al que se suman otras CC. AA., más una creciente aceptación final de pro­pietarios privados, poco convencidos con la idea lince, que actualmente pi­den con interés incorporarse a los con­venios de colaboración con los bene­ficiarios de los Life.

La especie es un activo en la gestión natural privada y demuestra una con­tinua regulación sobre otros predado­res, en favor de toda la fauna cinegé­tica menor. La imparable corriente de turismo de naturaleza busca afanosamente a la especie, pues aporta un valor estético y un testimonio vivo de calidad ambiental. Se convierte en envidiable desde el siglo XVI, cuando el rey Felipe II, en sus cartas a la duquesa de Aosta, lamentaba la escasez y nula presencia del «gato cerval» en sus montes de El Pardo. Su dieta, muy basada en el conejo, sin desdeñar ungulados medianos, también equilibra esta especie, plaga conocida aunque desgraciadamente mal emplazada para cultivos de cereales, olivares, viñedos u otras obras públicas como vías de alta velocidad o taludes de grandes carreteras, mientras escasea en los montes.

El lince tiene como gran enemigo los atropellos en sus correrías por la campiña, que afortunadamente no consiguen vencer las estadísticas de su crecimiento poblacional: desde unos 90 ejemplares, con solo dos núcleos de población y no conectados (70% en Andújar y 30% en Doñana), a los 600 actuales distribuidos por toda la península, insólitos viajeros por los sitios más remotos, quizá contagiados por la fiebre del turismo.

Pero, a pesar de haber pasado de especie cazable e incluso comestible a ser socialmente muy respetado, o del éxito de su cría en cautividad, el lince nunca ha sido ni será una especie numerosa, porque así parece llevarlo escrito en su genética.

Fernando Andrada-Vanderwilde (Presidente de la Fundación Amigos del Águila Imperial, Lince Ibérico y Espacios Naturales Protegidos)

Publicado en ABC / Patrimonio natural


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