El antes y el después
La tristeza no tiene cabida y todos tus sentimientos positivos flotan al verte rodeado de tu familia y amigos. Selfis provocando envidias y acercando a los que andan por otro lado de caza. En definitiva, la burbuja de la felicidad, de la amistad, de los buenos recuerdos y de esos ‘medicamentos’ con los que brindar por la felicidad de seguir juntos.
Los meses del año se podrían describir, cinegéticamente hablando, cada uno con una palabra; febrero con reclamo, abril con corzos, agosto con tórtolas… Quizá no llegaríamos a ponernos todos de acuerdo a la hora de ponerles nombre, excepto con un mes…el de marzo. Es el mes de las ferias, de saborear las emociones para la temporada que va a comenzar, de poner a punto armas y apostar por nuevas adquisiciones soñando resultados. Pero es que, además, marzo es el mes en el que suena, y con mucho eco, la palabra balance. Echamos una vista atrás, abrazados a la melancolía sonreímos reproduciendo lances en la memoria y anotamos aquellos fallos en busca de soluciones.
Es marzo, el mes en el que los cazadores nos ponemos al día. Las reuniones de amigos se convierten en libros de contabilidad entre los que vuela alguna que otra verdad maquillada. Por defecto del ingeniero o, mejor dicho, de futuro ingeniero que llevo dentro, los balances me suenan a acumulaciones de números donde impera la ley de un refrán muy claro: “las gallinas que entran por las que salen”. Es por ello, que si tengo que echar cuentas sobre la temporada lo hago por momentos. Estos, se resumen a esa frase que tantas veces me repite el abuelo, ‘en la caza lo que vale es el antes y el después’.
El antes. Caracterizado por unas migas que despiertan la mañana, la hoguera que calienta las emociones y un ambiente de nervios capaces de romper la calma de todo el que lo respira. El aceite empieza a burbujear y los leños de encima se vuelven al rojo más vivo. Termos de café ‘desata lenguas’ sobre los que se agrupa la gente naciendo las primeras carcajadas. Abrazos exhaustivos por los reencuentros, que invaden de otro día de campo. Migas, torreznos, ajos, chorizos y huevos, como fuente de recuerdos que emanan con aquellos lances a grandes venados o esas perdices que más valían piernas que cartuchos. No es sino una burbuja creada en el bullicio de un día, dentro de la cual ningún lance es imposible y soñar solo un aperitivo de las ilusiones puestas. Bolas de sorteo que ruedan acompañadas de pacharanes -en su justa medida- y guasas con esos sopiés o cierres que acabaron ‘bolos’ años atrás. Es este momento, cuando los nervios se disparan o se atenúan, en función de la providencia. La tristeza no tiene cabida y todos tus sentimientos positivos flotan al verte rodeado de tu familia y amigos. Selfis provocando envidias y acercando a los que andan por otro lado de caza. En definitiva, la burbuja de la felicidad, de la amistad, de los buenos recuerdos y de esos ‘medicamentos’ con los que brindar por la felicidad de seguir juntos.
El después. Estómagos hambrientos y lances deseando ser contados una y mil veces. Pitanza relajada y conversaciones que llegarán a ver más de una estrella, sin necesidad de aparecer en guías culinarias. Aperitivos, caldos de la tierra, productos de primera calidad y buen humor capaz de dar sombra a una sala de piezas. Vuelan números entre las mesas, pero arrastrados por el viento. Inmortalizaciones para el recuerdo y tensiones relajadas que se manifiestan con miradas cómplices entre risas. Y es que, cuando se caza con amigos, ahí empieza la cacería. Con las armas guardadas, la alegría por bandera y hielos estallando al contacto con el líquido. Esto es la felicidad. Poder compartir con familia y amigos un atardecer en la sierra; poder ver estrellarse el cielo mientras se iluminan las anécdotas y se elevan los tonos de voz con risas que rebotan hasta el amanecer; poder reír llorando por las historias o por saber que el final de nuestro momento está llegando. Que nos den las horas de la mañana rodando rodajas de limones y como los números se los lleva el viento, recordando fallos propios y de compañeros con los que pinchar para que sangren sonrisas.
Con este plantel sí sería capaz de hacer balance, de contar aquellos días de felicidad. Con una temporada particular por un día de caza menor, donde lo mejor fue con la gente que me encontré, y de mayor -monterías ni muchas ni pocas, las justas por ser con quien las comparto- donde un solo tiro a una gran cochina -a huevo- que provocó otros buenos momentos de risas posteriormente, si tengo que tirar de balance por ser el mes que es, me quedo con mis amigos y familiares, con las copas a la luz de la luna, con las migas y con todas las risas que hacen que cada temporada sea mejor que la anterior.
Ignacio Candela