Mujeres de armas tomar: cómo la caza fue la revancha de las aristócratas en los años 50

21 noviembre, 2017 • Miscelánea

La Infanta Alicia de Borbón / Turner

La editorial Turner rescata la fabulosa historia de estas nobles de leyenda: Alicia de Borbón, Hilda Fernández de Córdoba y Gabriela Maura opacaron a los hombres en los cotos de caza.

La vida de Luis de Figueroa y Pérez de Guzmán el Bueno (1918-1987), grande de España, conde de Romanones, marqués de Santa Marta y conde de Quintanilla, transcurría entre cacerías, partidos de golf y visitas a las fincas que tenían sus familiares repartidas a lo largo y ancho de España. A finales de los años 40, su flamante mujer, la exespía estadounidense Aline Griffith y Dexter (1923), no se resistió a preguntarle: “Luis, ¿puedes contarme algo sobre tu trabajo?”.

Al conde, gran terrateniente y amante del teatro y la pintura, no le sentó bien la curiosidad de su mujer. “Querida, las esposas españolas no se inmiscuyen en los negocios de sus maridos”, le respondió indignado. La anécdota, recogida en las memorias que Aline Griffith publicó en 1964, reflejan el tono de aquella época: las damas de la alta sociedad -como el resto de españolas- eran tratadas como menores de edad. Ni siquiera tenían derecho a sacar dinero del banco sin la firma de su marido.

Paradójicamente, algunas aristócratas perpetraron su revancha en uno de los reductos más machistas de la España franquista: los cotos de caza. “Después de casarme tuve un dilema: pasar seis meses al año sin mi marido o aprender a participar en sus cacerías”, dice Romanones en sus memorias. Eligió lo segundo. Y no fue la única. En Cazadores españoles del siglo XX, que edita este mes Turner, Rafael Castellano, conde de Priego, coordina un álbum fotográfico y biográfico de los más ilustres cazadores del último siglo. Los capítulos más interesantes son los dedicados a Alicia de Borbón, Hilda Fernández de Córdoba y Gabriela Maura, tres mujeres que desafiaron las convenciones de su tiempo y que, con muy buena puntería, alcanzaron la ansiada igualdad.

Infanta de España y reina de la caza mayor

Su alteza real la infanta Alicia de Borbón y Habsburgo-Lorena, penúltima hija de Elías de Borbón, duque de Parma, se crió entre el palacio de Shwartzau, cerca de Viena, los bosques de su familia en Pingau y Mariazell, y el gran coto de Belye, junto al Danubio. “La princesa disfrutó de una infancia feliz: la naturaleza, la cacería, los perros y los caballos fueron su horizonte”, explica Íñigo Moreno de Arteaga, marqués de Laserna y yerno de la infanta, en Cazadores españoles del siglo XX (Turner).

En 1940, doña Alicia y su marido, el infante Alfonso de Borbón, se instalaron en La Toledana, una extensa finca en los montes de Toledo. La caza formó parte de su agenda y, especialmente, la montería. “Fue una de las cuatro únicas personas que han conseguido todas las especies españolas de caza mayor, entre ellas, un oso, dos lobos y seis linces, como privilegio de un tiempo en que se los podía cazar”, apunta el marqués de Arteaga. También triunfó en el tiro de pichón, “donde cosechó éxitos en competencia con los hombres, algo raro e inusual, venciendo en tres ocasiones como campeona femenina de España”.

La princesa, que sufrió el exilio, las guerras europeas y española, vio caer reyes que eran parientes y tuvo duelos de padres, esposo, hermanos, hijo y nietos, “nunca perdió la alegría de vivir ni su pasión por el campo, en una época en la que era rara la mujer que se dedicaba a la caza”. Hasta poco antes de morir (lo hizo con 99 años) todavía se interesaba por las cacerías de sus familiares.

Un jabalí por la Castellana

Hilda Fernández de Córdoba y Mariátegui, madre del marqués de Griñón y abuela de Tamara Falcó, es una leyenda en la historia de la montería. Con su padre, Joaquín Fernández de Córdoba, duque de Arión, conformó una pareja “singular y relevante”. Aprendió a disparar en la finca Valero, en las riberas del río Tajo, casi 5.000 hectáreas cubiertas de bosque mediterráneo y dedicadas a la caza mayor.

Al fallecer su padre, la marquesa de Mirabel, condesa de Santa Isabel, y duquesa consorte de Montellano, heredó Valero y parte del histórico señorío de Valdepusa, en Malpica de Tajo. Desde pequeña sintió adoración por los animales y siempre fue una defensora de la naturaleza (ella y su esposo, Manuel Falcó, fueron miembros fundadores de World Wildlife Fund). “Contaba, divertida, como aún joven, recorría andando el Paseo de la Castellana con un gran jabalí como mascota, causando una mezcla de admiración y terror entre los paseantes”, recuerda su nieta Xandra Falcó, actual marquesa de Mirabel, en Cazadores españoles del siglo XX.

Hilda Fernández de Córdoba / Turner

“Pocas mujeres se atrevían a cazar, una actividad reservada a los hombres -señala Xandra-. Recuerdo cómo contaba que tras la Guerra Civil era difícil conseguir munición; la familia disponía de un cupo de 6 u 8 balas por semana, así que resultaba indispensable afinar la puntería”. La duquesa de Montellano sí que la afinó: fue una de las mejores monteras de su tiempo; elaboró un diccionario de vocablos y normas de montería que todo aficionado novel debería conocer; y se opuso a los planes del régimen franquista de roturar la sierra de Valero para repoblarla de eucaliptos.

“Mi abuela fue siempre un ejemplo de saber estar: nadie la escuchó nunca quejarse de frío o cansancio, ni aceptar deferencia alguna por su condición de mujer -revela su nieta-. Siguió montando hasta el final de su vida en sus cotos favoritos”.

Compañera de Alfonso XIII

En Cazadores españoles del siglo XX, Ramiro Pérez-Maura reconoce que hay mucho escrito sobre su abuela, Gabriela Maura de Herrera, y su pasión por la caza. Incluso de puño y letra de la aristócrata, que participó en la elaboración de las dos mayores obras enciclopédicas sobre la caza. Era una eminencia en el estilo “a la amazona” (a caballo y con perros). Ya en 1929, apareció en la portada de la Revista Cinegética Ilustrada con un venado en mano.

Gabriela Maura / Turner

Nieta de Antonio Maura, el cinco veces presidente del consejo de ministros de Alfonso XIII, e hija de los condes de la Mortera, Gabriela pasó largas temporadas en la casa de su familia en el cerro de El Pendolero, en los montes al norte del cazadero real de El Pardo. Allí descubrió su afición a la caza. “De sus cuatro hermanos, solo ella demostró haber quedado enganchada por esa ‘droga dura”, apunta su nieto en el libro.

Nunca tuvo interés por el trofeo, pero su puntería extraordinaria la llevó a ser elegida como pareja de Alfonso XIII en un campeonato mixto de tiro a pichón. “Fue la señora más digna de acompañar al rey en ese concurso”, escribe su nieto. Así nació su leyenda en una época dorada para este deporte.

Martín Bianchi para revistavanityfair.es


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *