Mis comienzos por Jesús E. Domínguez
La afición por el mundo venatorio se suele transmitir de padres a hijos, y en mi familia lleva siendo así varias generaciones. Mi padre empezó a cazar con mi abuelo cuando tenía 18 años, por aquella época como todos sabéis había mucha más caza, y como es lógico, también había muchas menos licencias. Como mi abuelo se pasaba todo el día en el campo y mi padre algunas veces le acompañaba, le picó el gusanillo y se compró una paralela. A partir de ahí, empezó a salir con él a diario.
Como os he comentado, en mi familia la afición por la caza se suele pasar de padres a hijos, y fue mi padre, quién me transmitió la pasión por este noble arte. Desde pequeño deseaba ir de caza, pero por miedo, mi madre no me dejaba acompañarle. Siempre esperaba a que llegase de cazar, así podía ver que piezas traía y también escuchaba sus típicos relatos de la jornada.
Salí de morralero por primera vez con la corta edad de siete años. Por aquel entonces, mi padre cazaba con un vecino en Toledo y se dejaban acompañar por una joven bretona y por una perrita muy cruzada, veterana y bastante buena. La primera pieza que dio la cara aquella mañana fue una liebre que le salió a mi padre de los pies, tras encararla y tirarla, anotó “Me tienes cansado de preguntar tantas cosas del campo, niño. A ver si te callas un poco” Mi padre herró el tiro, y mis ganas por aprender, aliviaron el fallo.