Crónica de montería de Campete, por Vegas del Sever

10 febrero, 2017 • Caza mayor

En familia. Así nos encontrábamos en la mañana del cinco de febrero, cuando Vegas del Sever había citado a sus habituales en el polígono de Valencia de Alcántara para cazar la coqueta finca de «Campete».

Familia con uno de las jabalíes cobrados en la finca Campete.

El desayuno, ofrecido por Anabel Catering, hacía honores a lo que allí iba a acontecer, ofreciendo migas y demás delicias a los cazadores que no paraban de contar entusiasmados los lances acaecidos en la jornada anterior en la mancha de «Terrías» con esta misma organización.

Con caras de satisfacción esperaron impacientemente el sorteo de los veintiséis puestos que iban a cerrar esta pequeña mancha, y así partir al cazadero.

Impresionante, pero el reloj marcaba las once de la mañana cuando ya me encontraba en el puesto. En suertes, el cuatro del cierre de Valdegudiño, el segundo en salir.

Once treinta. Cantaban la apertura de las rehalas y comenzaba el tiroteo, sobre todo por los cierres de la carretera, donde las rehalas encontraron nada más soltar una buena partida de jabalíes, que entretuvieron a las posturas más altas.

Como suele suceder, el comienzo fue explosivo, con lances por doquier y poco a poco se fue apagando el fragor montero hasta que, a las trece treinta, Borja Galavís daba por finalizada la cacería.

Comenzaban a retirarse las posturas cuando un tremendo jabalí fue levantado por algunos perros que quedaban por recogerse y puso rumbo hacia una armada que se encontraba levantándose, con la fortuna de que el montero pudo volver a amunicionar el arma, cargarla y de certero disparo quedarse con el marrano.

Las rehalas El Álamo tuvieron costuras al llegar a los remolques, de nada más y nada menos que cinco perros cortados en un lance que, a primera hora y nada mas soltar, dieron con un tremendo cochino encamado en unos zarzones. El animal, conocedor de su poderío físico y percatándose de la envergadura de los canes que lo acosaban, decidió plantar batalla y no salir de su castillete de pinchos. Allí descerrajó colmilladas a diestro y siniestro hasta que, convencido por el perrero David, abandonó sus aposentos dirigiéndose rápidamente hacia la postura que ocupaban Raquel Pérez y José Manuel Sánchez. Este último encaró el arma y dejó cumplir a semejante jabalí, abatiéndolo de certero disparo.

No fue menos el amigo Carapeto, que también tuvo seis perros con puntazos de ese marrano y de otro, que de la misma manera se refugió en los zarzones donde tuvo que ser abatido ante la negativa de abandonar el refugio.

Un tremendo venado se divisaba en esta misma armada mientras se colocaba antes de soltar, sin poder jugar lance sobre él, pero dirigiéndose hacia dentro, por lo que había esperanzas de cobrarlo. Había… hasta que dicho animalito decidió salirse justo por el cuatro del cierre de «Valdegudiño», donde un servidor, en mitad de un llano, comprobó que lo fácil es lo que mejor se falla. Allá que vi asombrado cómo las balas caducadas, la pólvora mojada, la precipitación de un lance o el no sé qué, dónde carajo han ido a parar las puntas de estos casquillos, aquel animal saltaba el alambre que divide ambas fincas, y se perdía en el horizonte con más vida tal vez de la que traía. Un venado que seguro se habría metido en el metal.

Así, nos retiramos a la comida que esperaba en la nave de la finca, donde fueron llegando todas las reses. En total, 19 venados, destacando dos de muy buen porte; 8 jabalíes, destacando tres navajeros, y 20 ciervas. Monteros afortunados como Raquel Pérez y José Manuel Sánchez con ese magnífico lance; Cristóbal Piñero, que continuó con su habitual aportación a cada plantel; Jorge Lucas con un buen venado o Rodrigo Nacarino con un venado y dos navajeros abatidos en un día en el que no tenía pensado ni ocupar puesto. En fin, que la caza es así de caprichosa y da una de cal y otra de arena. La jornada no pudo ser mejor a pesar del intenso viento que azotó durante todo el día, pero el sol y la abundancia de caza entre poquita gente supo a miel a los asistentes.

Crónica de Carlos Casilda


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