Una noche de Espera
Cuando Paco Beltrán me pidió que escribiera un relato de un buen cochino en aguardo, lo esquivé con un “bueno cuando tenga un rato”, “pero Paco si yo no sé escribir”. El caso que es que no me apetecía hablar de un lance que ya hacía varios años que había pasado. Tendría que haber tirado de memoria y habría perdido frescura y verdad.
Pero ahí está la diosa Fortuna, o San Huberto o quizás Minerva o por qué no, las tantas y tantas horas que se le echa a esta pasión que son los cochinos, porque quienes pasamos muchas noches al raso sabemos que lo cochinos grandes se matan con el culo, y ya me tocaba.
Así que nos encontramos a mediados de agosto, mes tortolero por excelencia y, a priori, esa era la excusa para subir al campo a ver posibles pasos de palomas para la semana que viene. Me acompañaban mi tío Rafa, y Juan un gran amigo de la familia. Pero igual que el lobo tira a la sierra como la cabra tira al monte, cuando llegué al cortijo dije “bueno, si no es imprescindible que vaya con vosotros voy a coger el rifle y me siento por ahí que estoy falto de campo y me apetece un rato de tranquilidad”.
Eso era más o menos cierto; pero también que tenía controlada una bañita que se había generado con el sumidero de un bebedero para los pájaros, y daba muy buena impresión. Me había comentado mi tío que ahí podría entrar un guarro bueno.
Dicho y hecho, ahora la misma rutina de siempre: monta rifle, visor, busca balas, “donde estará la gorra,” “bueno pues sin gorra”, y así hasta tener todo el equipo completo. Listo para ponerse a andar desde allí al sitio elegido .
Por fin llego después de 20 minutos de paseo andando, sería poco más de las 8,30 de la tarde. Me acomodé donde creía que podría dominar la pequeña charca. El aire soplaba firme en la cara, hacía un fresco inusual para esta época del año. Tenía una sensación agradable, estaba muy a gusto, presentía algo. El tiempo había cambiado y el calor tórrido de semanas atrás había desaparecido ese mismo día. Muy pronto llegarían las primeras tormentas.
Los mojínos no paraban de entrar a beber, alternándose con las mirlas. Buen concierto me daban entre unos y otros. Palomas unas 40 conté al paso en un cerrete de al lado, así que si nos poníamos ese podía ser un buen puesto.
Pero bueno vamos al grano. Estando en el puesto podía configurar en mi imaginación por dónde podría andar el encame . Tenía enfrente a mi derecha un arroyo con un monte de unas 3 hectáreas, y muchas matas grandes de lentisco. Estaba seguro al 90% de que, si había cochino, debería estar allí. El resto de paisaje era matorral bajo pastos y retamal. El charco estaría a unos 30 metros del puesto y al lado del camino.
La tarde llegaba a su fin y poco a poco al algarabía de pájaros se retiraba a pasar la noche, ahora era el turno de los mosquitos que zumbaban sobre mis oídos, los llevaba echando de menos un rato pero no faltaron a su cita. El cielo despejado iba perdiendo sus rasgos azules y la negrura reclamaba su sitio, solo un pequeño gajo de la luna haría clarear un poco aunque esta no duraría, no tardo más que un hola y adiós en esconderse.
Así estaba contemplando escuchando, sintiendo el silencio y admirando todo lo que me rodeaba, cuando al poco de ocultarse la luna, se movió el monte donde me sospechaba. Son las 10.30 de la noche.
Primero troncha una jara, luego una piedra. Es él, no hay duda., Al rato otro paso, da una tos, un chasqueo, el corazón me da literalmente patadas sobre mi pecho, la sangre fluye a mil por hora, la respiración se acelera, se que viene directo, que no se va parar, que esta confiado, tranquilo, que dentro de poco los acontecimientos se desarrollaran frenéticamente, no habrá tiempo, un clic, enfocar, valorar, disparar y todo habrá terminado, cruza el arroyo ya lo tengo enfrente, ¡uff! suelto un suspiro no me puedo aguantar . No se para ni un momento, se me hace inusual no lleva mas de 5 minutos sintiendo y ya lo tengo encima.
Tanteo el visor y le doy a tope a la izquierda. Lo voy a tirar cerca y no necesito aumentos para nada, maldita sea la hora. Me preparo el rifle, quito el seguro y encaro , lo siento cruzar el camino y un silencio un enorme, silencio de 3 segundos . “Rafa esta ahí se terminó contemplar y toca actuar”, doy al clic y todo fluye rapidísimo. “Dios donde esta el cochino”. Desencaro y lo veo . Es grande de cojones. Sólo pienso en no hacer ruido, me levanto de la silla. El bicho no se inmuta. Vuelvo a encarar y ahora le veo: “¡solo los dos ojos!, “¿que he hecho con el visor?”. No hay tiempo, para rectificar, corro la mano y solo veo pelo, una bola enorme de pelo, centro la cruz y pumm. Le he dado… el cochino esta en el suelo patalea 5 segundos y se levanta. “ Madre mía, ¡¡no!!”, me quedo helado y no hago ni el amago de acerrojar y volver a tirar. Es enorme y corre encogido. Va muerto, anda unos 50 metros más y se mete en el arroyo , ruedan piedras. Me siento, espero un rato, me enciendo un cigarro, ya puedo pensar en lo que ha pasado .
Llego al cortijo y comento un poco la historia, quiero creer que se ha quedado; pero ahora mismo está en el monte, todo son dudas, nos volvemos a encontrar el y yo como empezamos.
El alba llega hoy mas tarde que nunca. Las horas se hacen eternas y la última vez que miro el reloj son las 3 de la mañana, doy vueltas en la cama. Recompongo la escena una y otra vez. ¡ Puse el visor a tope, le metí los 10 aumentos para tirarlo a 30 metros!. ¡Qué error!. Que manera de complicarlo todo, yo solito.
Son las 6 y no aguanto más, me levanto, salgo a la puerta mientras empieza a despuntar el alba. Huele a tierra mojada aunque no ha llovido. Preparo el café en el puchero y espero al resto de la cuadrilla. Los levanto un cuarto de hora más temprano de lo que habíamos quedado, no aguanto más.
Antes teníamos que ver como entraba las palomas. Esta vez no me podía escapar y tenía que cumplir con los compromisos adquiridos y como ya dije teníamos que ver posibles pasos.
“Anda de palomas aunque no comas”, dice el refrán. Pues me toca otra vez esperar y contar pájaros. Catorce, por mí que se suspenda el próximo fin de semana. “Vámonos ya a ver el cochino, leche”.
9 de la mañana y por fin nos dirigimos a pistear. Cogemos al perro, éste no falla y aunque no haya gota de sangre lo va a cantar.
Llegamos al sitio, vemos la pisada en el filo del agua, cruzo el camino y sigo la verea que esta muy clara.
“Rafa tu lo que has matado es un pato” me dice Juan en el filo del charco, no le digo nada y sigo buscando sangre, pero no da ni gota. “Que sí, que sí, mira todas la plumas que ahí aquí ”, insiste Juan con lo del pato. La madre que lo parió.
Nada ni gota de sangre, me meto en la caja del arroyo y sigo para arriba. Mi tío, más eficiente y sin duda menos nervioso, está siguiendo al perro que se va directo al verraco, a 60 metros de donde lo tire. No llegó a cruzar el arroyo, iba muerto y solo el impulso de la primera carrera le permitió arrancar. “Buen cochino, niño buen cochino”. Estoy a 10 metros de él y no lo veo , repecho un poco y sí que esta.
Madre mía, es un mulo. Un cochino como los de antes, de los que pensé que nunca mas llegarían. La boca perfecta, es medalla seguro. Abrazos, fotos y sonrisas; soy feliz, muy feliz.
Después de un rato, por fin asumo la situación. Lo veo allí tumbado, es un bloque pétreo perfecto, parece que no haya parte blanda en su estructura , pura piedra, una escultura que alguien hubiera perfilado sobre granito negro y dejó olvidada. Me quedaría todo el día mirando; es mas, me lo llevaría así como está. Quien soy yo, para desmembrar tal creación, de separar vísceras de carne, cabeza de tronco, de destruir lo que es perfecto.
A falta de confirmación por parte del tribunal de homologación de Extremadura, es plata, sin contar los puntos de belleza.
Un gran relato cortesía de Rafael Campanero.