¿Más emociones? de Juan Sánchez Tapia
– Sábado – Montería en Guadalajara
Hacia un buen día de campo y además sonaban muchos tiros pero en mi puesto, acompañado de Jesús, ni habíamos visto ni sentido nada. A las 14.30 h. sentimos un agarre en el puesto de nuestra izquierda, era una guarra.
La cochina consiguió escaparse del agarre y nos paso delante a unos 35 metros pero no pudimos tirarla porque los perros, unos 20, la seguían muy cerca. Finalmente consiguieron agarrarla a unos 100 metros de nosotros. Ni corto ni perezoso, con el cuchillo en la mano, me acerque a rematarla mientras Jesús observaba en la lejanía. Con los perros agarrados y la cochina a 6-8 metros, que además me miraba de cara y de pie pensé: “como se suelte del agarre vamos a correr los dos: ella detrás y yo delante”.
El perrero ya estaba cerca y finalmente, haciéndose fotos con un compañero suyo que llevaba la cámara, le pincho dos veces y murió.
Se mataron 25 cochinos, cuando nos fuimos había 23 en la junta.
Domingo – Caza menor en Madrid
También hacia buen tiempo y como de costumbre estábamos intentando cazar algún conejo mientras otros amigos estaban tirando a los zorzales que nosotros ojeábamos.
Sin entrar en mas detalles, un amigo con quien habitualmente cazamos disparo a un conejo con tan mala suerte que plomeo a mi perro, en la pata izquierda, que estaba detrás de la maraña donde el conejo se metió.
Susto importante y corriendo al veterinario que, una vez hechas radiografías… etc., nos aseguro que el perro no debía tener ningún problema futuro.
Pero ¿quien va a casa con el perro con la pata llena de sangre y sin apoyarla?. Mi mujer me mata. Le ha cogido al perro un cariño casi desmedido.
Nos fuimos al chalet de mi amigo y le lavamos y secamos. Ya bastante más tranquilos que por la mañana.
Al llegar a casa a mi mujer, aunque intente quitarle hierro al asunto, se le escaparon algunas lagrimas.
Domingo – Caza menor en Madrid.
El sábado no había podido cazar y el domingo, como el anterior, comenzamos, por el otro lado de la finca, hasta “ la fuente”.
Mi mujer había ido durante toda la semana al veterinario, obviamente con el perro, y conseguido una nota manuscrita en la que aconsejaba que el perro, precioso cruce de bretón y setter, debía realizar algún ejercicio pero sin forzarlo durante una jornada de caza completa.
Llevábamos una hora y media de caza cuando vi que el perro cojeaba de vez en cuando y para no tener una bronca en casa y, además, por precaución decidí quedarme parado para tirar algún zorzal que el resto podía levantar de los olivos. Pasaron unos treinta minutos y no había tirado ningún zorzal por lo que opte por irme despacio con el perro hasta el sitio donde nos reunimos a comer después de la jornada de caza y donde dejamos habitualmente los coches.
Estaba bajando por una senda entre dos laderas muy pronunciadas cuando siento voces diciendo: Meter las balas, meter las balas… .
Volví la vista hacia mi izquierda, procedencia de las voces, abrí la escopeta paralela y después de unos segundos vi un enorme jabalí que bajaba por la ladera directamente hacia mí. Rápidamente metí el único cartucho de bala que llevaba y un cartucho de doble cero.
El enorme guarro venia directo y si no cambiaba su dirección me atropellaba. Poco antes de llegar debió verme y se desvío a mi izquierda por lo que no pude tirarle de costado pero me subí unos diez metros y le vi completamente de cúlo a unos 20 metros. Ya no tenia otra opción que tirarle en esa posición y así lo hice. Me di cuenta que le había tocado porque disminuyo la velocidad que llevaba y le repetí con el doble cero que no le hizo ni cosquillas. Pensando que podía estar malherido me acerque al sitio del segundo tiro, con cartuchos de séptima en la escopeta, y vi que allí no estaba pero iba dando sangre. El perro seguía el rastro sin distanciarse mas de 10 metros, cosa que no es habitual.
Vocee a Romerales diciéndole que el cochino estaba herido y me dijo que esperásemos a que el resto llegase y después iríamos a por él. Así lo hicimos.
Por fin llegaron y le pedí a Abel una bala porque no tenia ninguna al mismo tiempo que le enviamos a un sitio donde el cochino, si escapaba, podría pasar.
Nos quedamos Garcés, Romerales y yo que seguíamos el rastro de sangre con mi perro delante igual que antes de llegar ellos.
El perro entró en una maraña e inmediatamente salió hacia atrás mientras yo sentía ruido en el interior sin distinguir claramente lo que había dentro pero naturalmente pensé que era el cochino que, herido, se había refugiado en su interior. Estaba a 8-10 metros del cochino y no podía tirarle con la única bala que tenia en la escopeta sin tener un blanco claro.
Lo siguiente ya ocurrió en segundos.
El cochino salió de la maraña y se vino directo hacia mí. Solo pude echarme la escopeta a la cara y “apuntarle” a la cabeza a un metro de distancia y quitarme de en medio.
Como estábamos en una ladera intente ir marcha atrás para no perderle la cara al cochino, no sé con que le iba a disparar, pero no encontraba suelo y además era irregular por tanto perdí el equilibrio mientras sentía tiros de alguien.
De pronto me encontré en mitad de una maraña con la cabeza dentro de ella mis nalgas fuera y hacia arriba y a Garcés que decía: Le he dado, ¿ le remato con el cuchillo o le tiro otro tiro al codillo? . Me levante como pude viendo que el cochino aun se movía diciendo que le tirase rápidamente pensando que se podía levantar de nuevo. Finalmente le disparo.
Ya más tranquilos todos, menos yo que tenia un esguince de tobillo, decidimos ir a buscar un coche y llevárnoslo. Julio, con su remolque de perros y sus mas de 70 años y cazando, lo transporto.
El cochino, cuando le quitamos la piel tenia: una bala de escopeta en el cuello con la piel cerrada por el exterior, varias postas de 9 mm, varios trozos de plomo todo ello en el interior de la piel, una raja en la parte superior del lomo y otra en un costado de unos 6 centímetros cada una en proceso de cerrar la piel y naturalmente tiros recientes. Los tiros eran: Uno en el cúlo que le había salido por la parte superior a la altura de los riñones, otro en una mano que la había prácticamente cortado, creo que le apunte a la cabeza pero le di en la mano, y dos tiros más, mortales, de Garcés.
Era un cochino muy viejo con dos grandes amoladeras y los colmillos partidos de guerras pasadas que nuestro amigo “Cordobita” va a inmortalizar en una tabla.
El cachondeo posterior fue de órdago mientras Garcés aseguraba: ·” yo he visto el morro por entre tus piernas antes de que te quitases”. Que me va a contar a mí
Se me olvidaba. Cuando yo llegue cojeando mi mujer, montera de pro, no soltó ninguna lagrima.
Relato de caza participante en el concurso organizado por Cazaworld, autor Juan Sánchez Tapia.